jueves, enero 5

Inmortales

Una de las primeras cosas que enseña la facultad, si no es incluso la escuela secundaria, es cómo presentar un tema, ante la primera pregunta de un docente riguroso. ¿Qué es la filosofía?, ¿Qué es una neoplasia?, ¿Qué es la fisiología? Aún sin tener demasiada idea, es una forma elegante de comenzar un discurso dividiendo a la palabra en partes y traducir en algún idioma antiguo del que se desconoce, para quedar como un conocedor de las artes, un amigo íntimo del joven Aristóteles. Mucho más seductor es si uno puede reírse con desdén de las nomenclaturas, fieles a viejas creencias como los humores del cuerpo o que el Sol gira alrededor de la tierra. ¿Cómo no seducir a un docente, entrando en calor con un poco de etimología, como si se tratara de sacudir la copa de ron antes de tomarla junto a la chimenea?

Palabras complicadas, de nombres largos, son fáciles de descomponer, después de todo los prefijos y sufijos tienden a repetirse. Pero iba corriendo por el césped y me atacó desprevenida una duda. ¿Qué significa la palabra "Amor"? ¿De dónde viene? Pude haber leído y oído miles de teorías, fundamentos químicos en el cerebro para explicarlo, psicológicos para comprender las grandes perversiones y patologías de la mente, biolóficos y, sin duda, filosóficos para entender de qué se trata realmente, pero no, francamente no tenía idea de qué significaba la palabra.

Investigué vagamente por internet, buscando si en algún lado se confirmaba mi primera suposición de persona que no estudia nada relacionado a las lenguas o los idiomas; "a", como ausencia o falta de, y "mor", parecido a mortis o mors o muerte o lo que más lindo quede en letra cursiva. Por supuesto, la internet se encargó de aclarar que esto es una falsa etimología o una idea errónea hecha por suposiciones de, justamente, gente que no sabe nada de nada, pero tampoco podía indicar la genética de la palabra.

Quizás no sea lo correcto o aprobado por la ciencia, pero tampoco lo son los signos del zodíaco y sin embargo un 65% de la población lo lee en el diario y un 80% sabe de qué signo es; después de todo, no sé qué relación puede tener la posición de Marte con mi personalidad, pero no puede ser una casualidad que amo el color rojo y soy enérgica como el fuego. ¿Qué tiene de malo considerar que el amor es la falta de muerte? ¿No es acaso la energía que lleva a los niños a buscar abrigo en sus padres, a los amantes a formar un ovillo humano cuando truena, a los guerreros a ganar todas las batallas y volver a sus casas con sus esposas, a los estudiantes a memorizar volúmenes para destacarse en sus profesiones y poder alimentarse a sí mismos y a sus hijos, y preservar un apellido por toda la eternidad hasta que un iceberg del espacio choque con el planeta?

Después de todo, corremos en círculos por todas partes, como murciélagos hambrientos, intentando buscar la fuente de ese aroma a quemado, de la chispa perfumada, de eso que nos alargue un poco la vida, que congele unos segundos y eternalice todos los instantes. La única razón por la que los jóvenes se arreglan  y buscan valentía en bebidas de botellas de vidrio y vagan por las noches, con música alta admirando luces, tal como hacían en los tiempos de los dinosaurios y Adán y Eva es, además de las justificaciones de la vida diaria y escapar de la rutina que acontece, encontrar aquella otra fuente de juventud eterna. Invertir latidos del corazón en una cafetería, tomando algo con esa persona incógnita, o besando a desconocidos en callejones oscuros, todo eso como una forma de quitar con un cuchillo la corteza de un árbol donde en su corazón no se espera otra cosa que la fuente de la pasión y la vida. Las miles de mariposas burbujeantes, las mentes hablantes y los amaneceres en la playa, como promesas de unirnos a aquella otra persona junto a la cual, cada instante, se perpetúa por siempre. Reírse en la cara de la muerte, porque ni ella puede acabar con esa magia, aún ni siquiera después de la vida.

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