martes, septiembre 6

Corazón con agujeritos

Nadie puede realmente caminar por este mundo sin llevar en su mochila el recuerdo de un corazón roto. Ninguno que hable del dolor, de la tristeza, del cansancio, de la rutina y la ansiedad tiene derecho alguno a hablar de la magnitud de su sufrimiento si no experimentó nunca la sensación de ardor de ojos, falta de aire, calor en las mejillas y un vacío en el estómago, en el contexto de un mundo que se derrumba mientras sigue girando sin que nadie se de cuenta de qué pasa.


No se trata necesariamente de que todos sean miserables por eso ahora; Hasta los amantes más felices observando a la tierra desde el planeta a elección pueden cerrar los ojos y recordar aquella vez donde el mundo estaba hecho de hielo y sin aire. Es parte de una de las experiencias de la vida; como el trauma del parto donde uno se asoma a un mundo lleno de médicos, gritos y estrés, caerse de la bicicleta y lastimarse o tener varicela. Nos unen a todos como seres de una misma especie, al menos en estos tiempos. Los más afortunados quizás lo vivieron una sola vez, otros un par más y para otros es la única versión de amor que pueden encontrar. Es que es complejo; Evitar cualquier tipo de sufrimiento requiere no sólo suerte, sino cierta habilidad para poder prever situaciones que, incluso si se puede con el uso de la razón, tienden a ocurrir por una fuerza más fuerte que escapa la voluntad. Justamente, una cosa buena para aprender de cada corazón roto y que no debe olvidarse nunca es ver las formas en las que eso se pudo evitar y cómo uno pudo salir para finalmente reponerse.

De todas formas, hay tipos y tipos de corazones rotos. Están los que vienen de un amor correspondido, y los que son unilaterales. Los que son por estar en segundo lugar, los que surgen por no estar en ninguno; los que tienen como límite la distancia entre dos continentes, la línea entre la vida y la muerte o la voluntad del otro, más fuerte que los anteriores. Pero no se compara, ninguno de ellos, a aquel que fue hecho en la niñez o pubertad, cuando las hormonas todavía no circulaban pero el organismo comenzaba a sospechar que había algo latente, en silencio, esperando la señal para florecer como árboles en primavera.

Es fácil de ver las dificultades de encontrar la felicidad con otra persona en un mundo con obligaciones, subtes llenos de gente, facturas por pagar y exámenes que se acumulan cada cuatrimestre. Es sensato, es lógico. Lo que uno busca, lo que el otro busca, lo que uno puede ofrecer. Es casi como buscar un departamento para ir a vivir, y no sólo está la zona, el precio sino todo lo que hay que vender y cuántas horas extras para trabajar para pagarlo. Más allá del dolor que ataca en la punta del nervio que gira alrededor del corazón y lo ahorca, es bastante comprensible cómo funciona estar mal en las situaciones del cuore.

¿Pero cómo se explica el amor no correspondido, la separación de los cuerpos cuando no existe esa necesidad física o química, donde el cariño es puramente genuino sin la lujuria enturbiándolo, en un mundo donde sólo existe la escuela primaria, la magia es real y los pasatiempos incluyen jugar con autos o muñecas? No está la libertad para tomar decisiones, ni la capacidad de entender las cosas, ni de hacer planes, ni siquiera el concepto de amistad que acompaña a superar el dolor, ni el de conocer a otra persona, mucho menos el de olvidarse de todo con alcohol o dedicarse al trabajo o lo que sea. No hay nada más. Es un mundo mágico donde las cosas suelen pasar por sí solas - un plato de comida, una torta recién horneada, un regalo para el Día del Niño, sin ningún esfuerzo, casi por inercia - no se puede hacer nada para conseguir el amor de este otro infante, y es disecante, es tenebrante, es espantoso.

Tal vez no le pasó a todos esto de tener un crush a los ¿8, 9, 10 años? Tuvieron suerte, entonces. No conocieron esa forma horrible de vacío que genera la soledad a esa edad, pero tampoco esa curiosa sensación calurosa de bienestar inexplicable previo a las hormonas, donde estaba sólo esa necesidad de que ese chico guste de mí, sin saber realmente para qué me servía eso, sin pensar en progenie ni evolución, donde solamente quedaba pensar en él, reirme de sus chistes y esperar que me tire del pelo cuando izaban la bandera.

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