miércoles, agosto 17

Son tantas las historias que ocurren día a día, tantas las noticias que se informan en el aire, desde chimentos de pequeños pueblos hasta titulares de los principales diarios de cada país. Grandes peleas entre distintos políticos que defienden a muerte sus estrategias, exámenes revolucionarios donde cantidades masivas de estudiantes estallan mientras completan con lápiz 2B las grillas de un choice y maratonistas logrando el primer lugar en tiempo récord. En distintos lugares del planeta hay, para grupo etario, un gran logro, impulsado por una energía que va más allá de la proporcionada por un buen aporte calórico de un desayuno completo; es una energía que viene del interior de cada uno, y es distinta en cada persona, pero ciertamente, sin duda, nos maneja a todos como títeres en un concierto.


Nadie puede realmente definir qué es una energía, aunque podríamos citar a los libros de texto de la secundaria diciendo que es todo aquello capaz de realizar un trabajo. Y ése trabajo no es más que la vida, la rutina, las grandes obras de arte, amantes recorriendo el mundo para encontrarse, torres de 50 pisos con fachadas majestuosas, correr al colectivo antes de que huya de la parada. Hay tantas chispas invisibles en el paso de cada hombre, en cada pensamiento en su cabeza que uno podría electrocutarse de sólo caminar por la vereda.

Pero se lo puede sentir, al abrigarnos a la noche a la hora de ir a la cama, inspirándonos con condicionales y sueños, impermeabilizando las gotas de lluvia en nuestra frente, dejándonos apostar todas las fichas en un juego donde no hay estrategia válida más que el azar. Tantos corazones se pintan como símbolo del amor, porque es la forma más parecida de decir que sale de adentro y que salta por nuestras arterias, trepando por nuestras venas y saliendo como calor por nuestra piel. ¿Amor a qué? Amor a la vida, amor al amor, amor a algo tan blanco y poderoso que es demasiado grande para verlo o comprenderlo, pero de alguna manera ejerce un magnetismo entre nosotros, obligándonos a pegarnos unos a otros sin entender realmente muy bien por qué. El hombre como ser racional puede ponerse gafas oscuras para el sol y nombrar cada fenómeno aconteciendo con el nombre de una constelación, pero nadie realmente puede explicar de qué se trata.

Y este amor va más allá de lo opuesto a la indiferencia, porque no se trata de eso. Es una fuerza que da calor y mata y da vida, la forma benévola del odio, que también existe en aquellos que no tienen otra opción que volcarse en la locura y correr en círculos hasta toparse con un precipicio. Está en todos y existe hasta después de la vida, devorándonos desde adentro. Es la belleza, la inspiración, la energía en nosotros lista para transformarse en lo que sea.

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