Si bien hace ya más de 3 años que perdí el contacto con los razonamientos abstractos y frenéticos pulsos sobre las teclas de mi calculadora, después de toda una vida de matemática en escuela y CBC es inevitable evocar con demasiada facilidad al cerrar los ojos la sensación de disimulado subidón de adrenalina y estrés mental que genera visualizar imágenes mentales sin forma y resolver algún problema que, sin saber de dónde viene, por alguna razón, está. Y ésa es la magia, después de todo, ¿no? No se puede ver ni se puede tocar, pero su existencia es innegable.
Me llevo bien con los números, pero no soy una de esas mentes brillantes que resuelven todo con la misma facilidad que requiere calentar algo en el microondas, y así es como siempre, de todas las guías de problemas que mandaban para hacer en casa o en clase, siempre hay uno, uno, de enunciado no muy largo, con un término lo suficientemente vago para ser asquerosamente explícito pero sin decir gran cosa, con datos numéricos que no parecen relacionarse, que te mira, te desafía, casi te deja marcado con lapiz un camino para seguir que, seguramente, es conceptual y oompletamente erróneo. Lo leés, lo razonás, lo leés de vuelta en voz alta, remarcando la última palabra; anotás los únicos números que te dan en una hoja, alguna fórmula relacionada a algo al lado y que de ahí fluya. Lo hacés una vez, y no da. ¿Algún signo? ¿Algún cálculo mal hecho? No. Ah no, está mal. Otro razonamiento. No.
Tal vez, jugando con las incógnitas... No. No. No. No. Tachones, borrones y hojas nuevas. Saltearse el problema, resolver los otros y, con el ego alimentado, volver, sabiendo que nada es imposible e impossible is nothing. Ir a dormir, despertarse al otro día, encargarse de los problemas de otra materia, tan concreta, tan sencilla, tan tangible, pero de alguna manera no poder resolver ese problema tan estúpido, que debe tener una resolución tan tonta que el sólo verla en el pizarrón escrita te da cosquillas. Te reís, como si fuera un truco de magia, una moneda en tu oreja, la carta que vos habías visto en la mano del mago.
Extraño esos tiempos. Problemas imposibles, pero con una solución a la vuelta de la esquina. En un foro de nerds o cualquier buen profesor de matemática; de alguna forma, el razonamiento correcto aparecería en algún lugar y llenaría de luz la habitación oscura del no saber. Poder levantar la mano en clase y decir "Hey, sí, no pude resolver el 9". Y, con sólo pedirlo amablemente, comprenderlo todo. Y aplicar ese razonamiento para todos los problemas similares.
Debería haber profesores de matemática para la vida real. Encontrarle una solución a los reales.
sábado, abril 10
Solución
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