Sos tan serio.
Tan seguro de vos mismo.
Estabas tan seguro de ser feliz, que no te dabas cuenta de que pasabas tu tiempo libre llorando por el amor de tu vida, que te dejó porque simplemente se aburrió de vos. Después de todo, tenías esa mirada tan transparente. Proclamabas lo fácil que era leerte la mente. Bueno, era fácil saber si tenías hambre o si estabas aburrido; las otras cosas, vos tampoco estabas muy al tanto sobre eso. Decías que querías ir al mar, pero huías a las montañas, suspirando por agua salada.
Tanto la odié a ella. Era por la imagen en tu mente que no tenías ojos para verme a mi. No es que tuvieras muchas ganas de ver otra cosa. Te gustaban las chicas pequeñas, oscuras e inseguras, probablemente para disimular lo que vos mismo eras, lo que no veías de vos mismo (por más transparente que fueras), o al menos te gustó una y te basaste en eso para decidir cuáles eran tus preferencias. ¿Quién sabe qué viste en mí? Tal vez en un mundo en el que vos no fueras una bolsa de histeria y la hombría que se requiere para no ser un total jerk yo hubiese sido lo que vos buscabas, algo para tratar con delicadeza y cariño, y no dejar abandonado en el caos de tu habitación mientras buscás por recuerdos, momentos o explicaciones que nunca llegan. ¿Qué iba a cambiar?
Estabas tan seguro de que no caminabas en círculos, que no te dabas cuenta de que veías el mismo paisaje una y otra y otra vez. Te enojaste conmigo cuando lo sugerí, una vez, cuando hablábamos de algo insignificante como el clima o vos. No podías tolerar la idea de que no corrías en círculos, que sólo ibas en líneas, que casi fue una casualidad cómo la única persona que no te recordaba a tu viejo amor era exactamente igual a ella. De cara, de personalidad, incluso en sus pequeños hábitos que definen a una persona. Saludable. Todos corremos en círculos, aunque tal vez vos no. No avanzabas hacia ninguna parte, te parabas en un punto y girabas, girabas, veías las imágenes de ella, de mi y de la copia, de lo que ella te hizo, lo que no perdonarías, del odio que sentías por ella y aún así cómo volverías a sus brazos, y dabas tantas vueltas que tu oído se acostumbró a la inercia, y era como andar, era como estar parado en una cuerda entre dos edificios de cientos de metros de altura, con la seguridad de no estar cayendo, aunque la aceleración de la gravedad no permitió a tu cerebro darte cuenta de que estabas en el medio del vacío.
Tan seguro de ser un tipo seguro. Tan seguro de que todo formaba parte de un plan, un plan del que no tenías idea, un plan que negabas a tus amigos pero del cual hablabas orgulloso conmigo, tal vez para impresionarme, como si yo fuera ese tipo de gente que se cree las palabras que salen de tu boca. Hablabas demasiado, con oraciones cortas. Historias cortas con oraciones de pocas palabras, era lo que sabías hacer, lo que sabías ser. Me aburrías. Una vez lo notaste. No, no era el sueño, era lo que tenías para decir, probablemente hablando de algo bueno que te había pasado en tu vida feliz, algo que se suponía debía hacer que te destaques, que te haga un tipo con éxito. Más tarde vendrías a llorar a mi hombro para desquitarte, porque tus historias de pocas palabras no eran lo suficiente como para aliviar tu corazón borracho, para hablar del odio que sentías, del rencor y de cómo no perdonarías nada, como camarera de ricos, odiándolos pero tomando sus propinas.
Sé cómo suenan mis palabras, pero quiero aclarar, por si algún día leés esto, por si caés de casualidad, así como yo caí de casualidad ayer y te vi, sentado con la otra, la parecida, hablando bien de vos, impresionándola con tus cuentos sobre hombres en bicicleta y el pan en los domingos, como si fueran pocos de los grandes trofeos que tenés, que raramente me acuerdo de vos. Bueno, sí te recordé ayer, cuando vi un auto igual al tuyo, el auto en el que me quisiste pasar a buscar un día lluvioso a la madrugada, porque te sentías solo, porque querías algo de mi que no te podía dar, o cuando pasé por ese lugar, ese lugar tan parecido al que siempre querías llevarme, o cuando me puse el perfume que tanto te gustaba, que ahora uso menos frecuentemente porque detesto el eco de tus palabras diciendo que era lo más dulce que habías olido en tu vida, o cuando me puse aquel vestido que usaría con vos, antes de que cambiaras de opinión porque no estabas convencido, porque estabas confundido, a pesar de ser un tipo tan seguro. Cualquiera creería que un tipo seguro no se confunde, pero el mundo me enseñó que hay de todo. Vos mismo me enseñaste eso. Me enseñaste muchas cosas.
Me enseñaste que todos se van. A otra provincia, a otro estado de mente, a otro continente, aunque ni el que está viviendo en la estrella más lejana, en otro mundo, se fue del mapa como vos, escondido en un agujero negro.
Ya pasaron esos tiempos. Yo no soy segura, y yo camino en círculos; no soy exitosa, no tengo mayores triunfos y no hablo de ellos en las reuniones con la gente que
que conozco, para sentir que valgo algo. También hablo demasiado, y mareo con mis palabras, que salen una detrás de otra como las moléculas de agua en el área estrecha de un río de abundante caudal, pero al menos no hablo siempre de lo mismo. Voy a dormir a la noche y tu cara no aparece ante mis párpados cerrados, y escucho una canción de amor y no me acuerdo de tu nombre. Hay otras personas en mi mente en las que pienso, personas lindas, personas que me hicieron bien, personas que recuerdo con cariño, aunque sean en pretérito perfecto simple. Cometo errores y tengo patrones, tengo heridas en las rodillas de tanto caerme, pero al menos, evoluciono. Y de eso, estoy segura.
domingo, enero 31
Un fantasma
Publicado por Yay en 14:39
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