viernes, enero 29

Libros

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca."


No podría estar más de acuerdo con Borges en ésa. El silencio, el olor a libros, la sola visión de estantes y estantes llenos de información, escrita bajo la luz de las velas o en la más canchera de las notebooks en un bar del siglo XXI, con incógnita cantidad de mentes que recorrieron con sus ojos las palabras en su interior pero, seguramente, alguna vez leídos por alguien, aunque sólo sea la persona que dejó en un pedazo de papel un poco de su alma. Libros reconocidos y ganadores de premios, y libros olvidados en un estante, pero siempre descubierto por alguien, por casualidad, por curiosidad, por destino. Las frías letras de un catálogo en la computadora nunca pueden expresar el latido del corazón de aquel que vaga por estantes, leyendo con la cabeza inclinada los títulos, intentando escuchar esa voz interna que, sin pedir permiso a nadie, se pone a cargo del cuerpo y toma con manos decididas aquel ejemplar, tan único, tan elegante, tan privilegiado de estar en un estante, de abrirse para ser leído. Si el paraíso no es una biblioteca en la que somos lectores, tal vez sea una en la que somos libros. Moléculas de polisacáridos unidas por puentes de hidrógeno, con ideas sensatas, pensamientos locos, inventos descabellados y un un puñado de elocuencias, en un estante, siendo elegidos por alguien para ser devorados en una noche de insomnio (insomnio creado pura y exclusivamente por el veneno del contenido).*

Cada vez que se abre un libro, ve a una cara leyéndolo, una cara inexpresiva hasta ciertas frases o párrafos, donde hay cierta comprensión. De la vida, de la ciencia, de la magia.
Hoy agarré un libro, en una biblioteca. Una vieja edición de un libro que tengo nuevito, Fisiología Humana, con una tapa un poco rota, letras doradas y en el interior hojas amarillentas y una fuente similar a las de las máquinas de escribir.

Estaba subrayado. En lapicera.


Me pregunté quién fue el desalmado, el carnívoro, el asesino que decidió que cierta idea era interesante y debía marcarla con lapicera. Mis ojos miraban a un libro que una vez miró a dicho animal. No es la única vez que me pasó. Pedir un libro en la facultad es casi lo mismo que ver uno de esos viejos cuadernos para pintar que tenía cuando era chica. Opiniones pegadas a afirmaciones, nublando toda la idea.

Y pensar en esto me recuerda a aquellas veces en las que estoy en la biblioteca, con mis cosas, y veo a alguien cerca con un libro propio -o al menos, espero- tatuándolo con algún color invasivo como el de los resaltadores. Amarillo, naranja, magenta, quedando impregado de una manera tan vulgar... A veces me da el impulso de levantarme, tomar el libro y correr con él hacia la libertad. Y es así que me pregunto si estoy bien de la cabeza.

No lo sé.

Creo que puedo imaginar al infierno como algún tipo de libro marcado con lapicera o resaltador.



*Oh bueno, si no es otra analogía con encontrar-al-amorrrr.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Glad you're back =D


Besito, muá
(?).

 

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