viernes, noviembre 4

Libertad

Un derecho innato, la calma a toda angustia, para cualquier especie que habita en el planeta, es la libertad. Quizás sea porque está codificado en genes provenientes de seres unicelulares, en forma de ADN circular extranuclear, el instinto a correr por prados verdes, jugar con las olas del mar y rodar por las montañas. ¿Y no es acaso todo lo que hacemos un intento desesperado para obtener esa libertad, la brisa sobre el cabello al correr a toda velocidad? ¿Cómo es que en nuestra desesperada búsqueda terminamos siendo prisioneros?


Esposas invisibles y calabozos decorados con arco iris y cachorritos. No necesariamente una cárcel infeliz, ya que el que entra lo hace voluntariamente y con alguna fuerza impulsora es capaz de cerrar las puertas con llave. La cárcel no tiene rejas, es sólo una habitación o un micro en el cual uno apoya se cabeza viendo a las vacas y las luces intermitentes amarillas en el suelo, como signo de la velocidad del vehículo, conduciendo al destino que uno elige. Sólo cuando se alinean algunos planetas y sus satélites, o simplemente al azar, uno reconoce que, en el mundo de las metáforas, es totalmente factible abrir la ventanilla, saltar y salir volando.

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