viernes, agosto 5

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Es un tema de discusión habitual en el monólogo silencioso de cada uno "el miedo". Si no es cierto que vivimos persiguiendo aquello que nos puede generar equilibrio en algún punto del infinito -porque jamás, jamás, hay que llegar el equilibrio, para mantener la cordura y la vida- motivados por una pulsión primitiva de amor o erotismo puros, entonces estamos huyendo de algo que nos atemoriza. Parte también de un instinto anticuado de supervivencia que por alguna razón se mantiene generación tras generación.


Pero hay dos tipos de miedo. Está el miedo ridículo o inevitable, aquel miedo que no tiene nada que ver con nada y que la única manera de superarlo es, bueno, superándolo. Porque viene nada más de enfrentar una situación en particular, anulando a la otra posibilidad. El pánico ante un examen se desvanece estudiando y aprobando. El miedo al caminar a la noche en una calle oscura desaparece al llegar a salvo a destino. El miedo a un examen de sangre se esfuma al ver que todos los valores dieron en el rango de la normalidad. Este miedo simplemente está, y se supera o con gran heroísmo, juntando otra historia de valentía a la colección de vivencias personales, o lentamente, requiriendo mucha energía para dar pequeños pasitos de bebé. De cualquier forma, para la cabeza saludable, el motivo de angustia desaparece, ya no existe.

Y está el otro miedo. Aquél miedo que no es algo entero, sino una mitad turbia, el lado oscuro de una fuerza que es aquella burbuja de todo lo Potencial, donde el tiempo verbal es el Condicional y sólo se observan posibles evoluciones futuras. Porque al ver adelante y considerar cualquier hecho que pueda tener consecuencias, hay dos posibilidades; La buena, la optimista, la luz, la que motiva a los hombres a caminar 40 años por un desierto o a un hombre en un bote remar y pescar por semanas hasta encontrar tierra firme, que es la ilusión. Abrigando a todos por la noche como una manta de seguridad donde todo lo bueno que podría pasar en el mundo, pasa en este momento de imaginación. Y la mala, la oscura, la gemela malvada; el miedo. Situaciones imaginarias que son arruinadas por miles de escenarios catastróficos. Es inevitable que una venga con la otra. Es una forma del universo de balancear dos fuerzas de direcciones opuestas, porque no se puede servir medio vaso de agua sin dejar una mitad vacía.

A diferencia del miedo oportunista, éste no se puede superar sin conseguir otro de mayor magnitud. Al atravesar las dudas oscuras y acercándose la realidad a la versión bonita de las cosas, tal vez aquello que preocupaba en un primer momento ya quedó atrás, pero fue a buscar a su hermano mayor que es rugbier y tiene un fierro y amenaza con derribar todo lo cumplido haciendo el daño peor al que hubiese habido si todo quedaba como estaba en primer lugar. Un comerciante puede tener miedo de que su emprendimiento no pueda arrancar, pero cuando lo hace y llega a ser el líder en el mercado, está arriesgando quebrar y perder más dinero del que ganó. O una persona que está sola y tiene miedo de vivir así toda su vida puede conocer a alguien que la elige como compañera, y ahora el pánico está en el abandono o el engaño. O incluso si todo sale bien y se casan, ahora el miedo está en un divorcio futuro catastrófico en el mejor de los casos, porque la manera más tradicional de disolver un matrimonio es con la muerte. Van mejorando las situaciones y, a mayor gloria, mayor pena.

Uno a veces se puede parar donde está a ver sus preocupaciones y reírse cuando en la primaria temía ser el que buscaba en las escondidas por todo el recreo. El miedo avanza con uno porque es la sombra compañera, pero es importante recordarle que éso es nada más, porque si uno llegó tan lejos, aparentemente, las cosas pueden, de hecho, llegar a salir bien.

 

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