viernes, julio 1

Estoy tan llena de paz, tan compuesta. Tan buena persona y desinteresadamente empática, con la maldita costumbre de sentir el aroma de cada arritmia, de cada ardor de ojos. Es una bendición, y una carga, pues no hay forma de librarse de eso sin sentir absolutamente nada. Habla de mucha madurez espiritual y sabiduría mantenerse enfocado, con una luz blanca emanando del pecho de uno, pura como la luz del Sol, llena de vida y energía.
Pero no puedo evitar el lado oscuro de la Luna, inmediatamente por debajo de la luz. ¿O es por encima? No puedo hacer ojos ciegos a lo que he visto. La lluvia helada taladrando los huesos, la indignación desde la ventanilla mojada del colectivo, los puños apretados al pasar por una esquina. Noches de despertarme temblando, escondida bajo las sábanas. El odio está adentro, listo para destruir a todo lo que encuentra primero, sin intención de hacer de mí misma una excepción, y arrasar con todo aquello que el lado feliz y con mariposas puede comprender y adorar. La paz comprende, pero la furia, la injusticia y el rechazo forman un remolino eterno que gira a caudal turbulento y me marean, me desconcentran, me quitan el sueño.
La dualidad eterna, la lucha constante, el conflicto entre el Bien y el Mal, la Razón y el Instinto, el Superyó y el Ello. Pero la balanza está rota, y los desequilibrios son constantes. ¿Qué queda por hacer cuando todo lo que se construye termina derrumbándose por el viento? Tomar un fósforo y con él quemar todas las ilusiones. Tener el control al menos de algo que sale catastróficamente mal.

No hay comentarios:

 

Free Blog Counter