lunes, mayo 26

Tomar nota

Recordar esa sensación de opresión en el pecho y sudor fino en la frente en los años tempranos del colegio primario y secundario, ya más de una década lejanos. Recordar que esos momentos la mirada siempre estaba fija en un pizarrón verde, y sucedían conversaciones simultáneas entre la maestra y los compañeros, los compañeros y las voces de la juventud interna, las voces de los fantasmas del juego que esperaba en casa, sobre un estante, aún sin vida.


Ni siquiera recordar tanto tiempo atrás, recordar el corazón latiendo fuerte contra el pecho, el sudor en la palma de la mano, al estar en un anfiteatro universitario con un investigador dando cátedra sobre todo su conocimiento respecto a las proteínas del citoesqueleto y la generación de señales. La asimilación simultánea de decenas de partículas de información que se acumulan en el cerebro como polvo, oleadas de polvo masivas que generan una secuela de estornudos en la mente, y el conocimiento repentino de que algo de toda esa polvareda es información relevante; notar cómo se escapa infiltrado entre todo información que va a marcar la vida, información que es para releer, retomar y revivir, y la prisa inmediata a tomar la lapicera y, frenéticamente, tomar nota hasta que no quede detalle sin estar plasmado en el recuerdo eterno de una hoja de papel.

Ésa es la sensación que me ocurre, por momentos, en el transcurso de mis días. El pánico silencioso de sentir que se escapa como agua por mis dedos las historias que me hacen reir y suspirar, quedando libradas al azar si yo un día, en mis días de anciana, evoco esos imágenes y entiendo un poco el sentido de la vida.

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