miércoles, marzo 12

Cuando salga del colegio

Un recuerdo claro que tengo de mi niñez transcurre cuando yo iba al colegio, en la primaria. La primaria, bueno, era otra cosa. Todos aprendíamos ese tipo de lecciones que ahora no recordamos, porque son obvias o estúpidas, de una manera muy graciosa y dramática. Aprendíamos a llevarnos entre sí, a reirnos, a llorar, a hacer amigos. Todo era mucho más simple, y también más complicado.
Recuerdo claramente mis pensamientos minutos antes de que sean las 6 de la tarde. En cuestión de minutos, la maestra nos dejaría guardar las cosas, nos felicitaría por el trabajo o nos daría esas fotocopias gigantes que tenían como 10 divisiones de 2 decimales para hacer. Puf, eso era lo peor. Me llevaba todo el domingo hacerlas.
La luz de tubo del aula se veía más brillante que nunca, el cielo estaba cada vez más oscuro y mi mente vagaba, lejana a la lección del día o a las lapiceras de colores que tendría que usar para el nuevo título. Sentía el pelo caído, con las colitas todas deshechas y los pelos parados. Nunca me duraban las colitas que me hacía mi mamá. Envidiaba secretamente cómo otras compañeritas tenían el pelo tirante toda la tarde, a pesar de correr, y deseaba ir a la casa de ellas y que sus mamás me peinen, así tendría el pelo lindo como ellas. El pelo despeinado me hacía sentir muy insegura. Bueno, supongo que eso no cambió, ¿no?
En esos segundos, anteriores a la maestra diciendo "bueno chicos, guarden las cosas", yo tenía mi mente fija en una lista de cosas. ¿Qué haría mi mamá de comer? Ojalá que fideos con salsa, o milanesas, porque me encantaban. Si ella cocinaba eso, yo era simplemente feliz. Tal vez mis papás vendrían a buscarme caminando y me llevarían a casa, donde ellos harían lo que hacen los grandes (comprar cosas, hablar por teléfono), y yo podría ver Chiquititas comiendo cereales, o tomando un mate cocido con criollitas. Odiaba que me vengan a buscar en auto. El auto siempre me mareaba. Otro hábito que no se fue. Pero a veces si venían en auto me llevaban a McDonalds, y eso estaba re bueno. Yo me pedía la hamburguesa sin queso, porque odiaba el queso, todo amarillo y con olor, y tenía que fijarme qué juguete traía la Cajita Feliz. Oh, el olor del cartón cuando abría la Cajita era la esencia de la felicidad misma.
O capaz mi mamá me había hecho trufas. Las trufas, con coco rallado y granas de colores. De chocolate, obvio. Con Dulce de leche. Y el infaltable mate cocido. Siempre el mate cocido; el té era muy amargo. Y no me dejaban tomar café, pero siempre me gustó.
Sentada en mi sillita, al lado de mis compañeros del grupo, que siempre me sacaban las lapiceras de colores (sobre todo la dorada y la plateada, me las habían re gastado. Eso me daba mucha bronca.). Mi cuaderno, forrado con La Sirenita o Chiquititas. La pollera larguísima, por arriba de la camisa, la corbata ajustada y mi mochila roja a cuadros (no importa el año, siempre tenía una mochila roja a cuadros diferente.) ¿Qué habría al llegar a casa? ¿Trufas? ¿Fideos? ¿Cajita Feliz? ¿Me irían a buscar temprano, o tendría que esperar mucho hasta ver a mi papá y señalarselo a la señorita para que me deje salir?

Ahora las cosas son diferentes. Estoy en clase, y no puedo parar de pensar cuándo voy a sentarme a estudiar lo que me están enseñando. Mi cuaderno está lleno de anotaciones con colores rosa y celeste, y la letra es irregular, grande y redonda. ¿Voy a llegar a estudiar todo? Tengo demasiado sueño como para estudiar.
¿Y qué pasa si no puedo? ¿Qué pasa si no me gusta, no puedo, y todos saben todo y yo no? Odio cuando eso pasa, me hace sentir insegura. Me gusta tener las respuestas en la boca, siempre. Por otro lado, tengo que arreglar para salir con alguien, porque tengo pocos días antes de sentarme a estudiar. Y no puedo sacar de mi mente esa incréible cartera, con una foto de Liv Tyler, para el perfume Givenchy (adorado por mi, siempre en mi mesa de luz). ¿Pero de dónde saco los $50, si ya gasté todo en capuccinos deliciosos y ensaladas nutritivas en McDonalds con Noelia? Aparte necesito muchos libros de Anatomía e Histología. Resulta que el Rohen con fotografías sale $400. ¿Puedo darme el lujo de comprar una cartera de Liv Tyler sonriendo, muy chic, cuando necesito un libro más caro que cualquiera de los Harry Potter?
Además, ahora cuando salga tengo que viajar en subte. ¿Estará lleno? Ojalá tuviera un auto y supiera manejar, un auto propio, así no tendría que viajar parada en el subterraneo, a 50ºC, transpirando y arruinando mi ropa y peinado. ¿Tengo subtepass? Sí, en el bolsillo. ¿El celular? ¿Me lo olvidé en algún lado, o está donde recuerdo que lo puse, en el bolsillo chico? Sí, efectivamente. En silencio. Ningún mensaje. Nadie pareció extrañarme esas dos horas.
Desearía irme de la ciudad, por un tiempo. Olvidarme de la facultad, y mis amigos, y mis salidas, y obligaciones, y estar sola un rato, correr por la playa. Sentir de vuelta que mi mayor preocupación en la vida es si al llegar a casa hay una bandeja llena de trufas en la heladera.

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