martes, mayo 20

Sutil

Pocas cosas cambian la percepción de la vida y la muerte en toda su integridad. 25 años y a veces se requieren más, a veces menos, para verlo y oirlo todo: grandes hazañas, milagros de la vida, fenómenos de la naturaleza, maravillas de la humanidad, la belleza más grande del mundo o la crudeza del hombre en su mayor expresión. Música proyectándose en el cielo, con las estrellas alineada a las notas de las mejores canciones percibidas por una mente, y sí, eso es inolvidable, impredecible, irrepetible y soñable cada vez, como un momento feliz al que aspirar cuando los ojos se cierran en un subte lleno en hora pico y uno sólo quiere ocultarse bajo el acolchado y pretender que no existen presiones ni problemas ni soluciones.

Pero pocas cosas cambian la percepción de la vida y la muerte, como lo hacen presentar el comienzo y el fin de la vida.

De repente, todas aquellas analogías que aprendí en la escuela, en las clases de literatura, en la imagen bíblica del bien y del mal, del cielo y del infierno, el yin y el yang, el ángel y el demonio, los vectores de misma dirección y distinto sentido que construyen la psiquis humana, el deber y el placer, todo ello se lo ve, se lo entiende, se lo percibe, casi como si se viera una presencia mística encargada de un simple trabajo que es tocar con una varita mágica un cuerpo inerte y darle llanto y color. Tomar un alma llena de amor y vaciarlos, dejando, nuevamente, un cuerpo inerte, lleno de experiencias, de abrazos, besos, dormir en una misma cama y cuidar más que a nadie en el mundo.

No es cuestión de un minuto, ni de un segundo, ni de un mili micro pico o nanosegundo, es solamente el instante en el que todo se congela, sólo hay silencio, y ocurre la Primera Ley de la Termodinámica. Un sutil aumento de temperatura en el aire, quizás, un electrón cambiandose de lugar, una molécula de agua comenzando a vibrar. Es el cambio, el mayor cambio del mundo, más que cualquier avance científico que incluya algo insignificante como inventar la rueda o un celular con pantalla touch.

Quizás lo grande de la experiencia humana está en esas pequeñas sutilezas, esos destellos de luz esparcidos en las miradas de los amantes, en las sonrisas de amigos, en la gentileza de los desconocidos. Ahí es a donde se desparramó la energía que se mudó, de una vida a otra, llevando la paz al peatón inadvertido, que camina y siente de repente una sensación de conmoción, sin explicación aparente, para continuar luego con su caminata, sin idea de su participación fundamental en la quiescencia del universo.


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