sábado, febrero 19

El Rey de las Ramas

Y así voy a recordar siempre el día que salió. Tantos años de espera más tarde, un día como cualquier otro, el día correcto, los ambientes se llenaban de ondas y partículas, moviéndose como olas en el mar, golpeando las paredes y entrando a las cuevas de nuestros oídos, llenos de huesos y telarañas que nadie nunca limpia porque no existen plumeros tan pequeños. Era verano, donde yo estaba – y ciertamente no era Inglaterra, pero llovió toda la tarde, con tranquilidad, con resignación. No había nada que el cielo pudiera hacer, más que enviarnos agua silenciosa desde arriba. Era difícil ver por la ventana, así que no había nada para ver; la quietud de las cosas, la cama sin hacer, los papeles apilados, Thom Yorke bailando en una caja.

Nuevos pensamientos cobraron forma mientras neuronas comenzaban a agitarse y chismosear sin cesar, porque algo nuevo estaba sucediendo, una nueva conexión, sentimientos y recuerdos entrando en ebullición, huyendo por los pelos del brazo y con la piel de gallina.

Hacía sólo un día corría por el pasto al mediodía, bajo los aspersores de agua del parque, intentando refrescarme como perro de caza de patos; y mientras daba un círculo junto al movimiento del agua, podía ver bailando a mi alrededor, como el anillo de un planeta, un arco iris, tan perfecto, tan alegre, tan lleno de verdad. Ahora parece que pasaron años de haberme sumergido en aquella luz descomprimida, y mientras la música se mete por mi ombligo y sale por mis labios, siento que me liberan, siento que me liberan.

 

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