miércoles, enero 19

El Regreso

Sin duda es triste la partida de un ser querido. Un amor en la otra punta del planeta, el adiós a una relación, la separación entre dos mundos. Uno parte y el otro se queda con los dedos entrelazados, temblando, con el único sonido del corazón que late en silencio adentro de la caja torácica. La música, los olores, incluso una propaganda en la radio o una determinada longitud de onda de la luz que entra por la ventana gatillan una serie de recuerdos que evoca una repentina broncodilatación o el impulso desesperado de apagar la radio de un chancletazo. Un duelo, sí.

Nadie espera que el regreso de alguien, del lado oscuro, del otro lado del plano, suponga un duelo también. ¿Un duelo al viejo estado de duelo? Un duelo muy feliz, parece - y no es para menos, es meter al fantasma de vuelta al cuerpo y que nos lleve a todos a tomar algo y a bailar la música de la discoteca. Pero sin embargo el regreso puede traer un gusto amargo en la boca de todos. Tal vez porque recuerda de cómo fueron las cosas, de cómo nos engañamos pensando que estaba superado, de cuánto valen las cosas en realidad. Tal vez recuperando lo que habíamos perdido antes llegamos a la conclusión de que aquellos que nos sostuvieron la mano cuando no era más que nuestros pies en el agua y sólo el mar adelante nuestro no tienen tanto valor, porque ya no se necesitan salvavidas ni guardaespaldas. Muchas gracias por todo, ahora tengo lo que quería antes. Ni hay que esforzarse en mantener la amistad o siquiera pretender falso interés.

Tal vez nos veamos de vuelta cuando no tenga con quien armar un castillo de arena y mi casa de cartas se haya derrumbado. Veremos si tengo ganas de estar ahí en ese momento.

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